El arte de pararse frente al espejo,
e ignorar a propósito las máscaras
que dejamos pegadas a nuestras justificaciones
como chicle al zapato en nuestros pies.
También se convierte en la práctica,
sutil aunque brutal,
de maquillar a conveniencia nuestros monstruos
para tender una mejor trampa,
y elegir de antemano
la extensión de las heridas causadas,
así sean las propias.
Cuando se terminan maleando las sonrisas
desdibujadas por tanta atrofia de alma
también se crean fracturas
en los silencios necesarios,
en las trepidantes alegrías,
en los espacios sagrados.
Cuando se intenta ese ballet violento
y se perfecciona demasiado
el baile de lo inexcusable
como actuación inmaculada
se presta nuestra gesta
al vitoreo más rugiente,
del público desinteresado.
El aplauso más fervoroso
del Demonio en persona.
Leave a Reply