Si mal no recuerdo, la última vez que vivimos un día completo (lo que se dice completo) fue antes del último solsticio de invierno oficial. O sea, van más o menos poco más de dos años y medio. Primero vinieron las inundaciones. Después de esas lluvias grandes, siguió esta llovizna cascarrabias. La neblinea es tan constante y espesa que el Viejo San Juan parecía un cliché de narrativa londinense. Hay partes en el campo donde las nubes empiezan a dos pies del piso; guiar es tremendo ejercicio para los nervios. Tan envueltos estuvimos en el frio navideño que no nos dimos cuenta.
Entre una cosa y la otra pasaron -quizás- tres semanas sin que aquí uno viera bien el sol. Un estado de crepúsculo constante nos tomó de sorpresa. Curioso como es la gente. En el principio tomaron con beneplácito estos cambios. ¡Claro! Nadie extraña un verano que te asalta con 107 grados a medianoche y con viento. Además, no era como que estuviésemos en completa obscuridad. Solo que el sol estaba bregando a media capacidad. Aunque la novedad murió tan pronto Santurce rozó los 20 grados, lo cierto es que ya algunas voces se expresaban con preocupación. En mi barrio, por ejemplo, doña Meche y su hija Sofía andan metidas en su casa orando todo el día diciendo que el mundo está por terminarse. No pude culparlas después de que perdieran su carro en las granizadas.
Se sentía en los huesos que este frío venía con malas intenciones y para largo. La cosa comenzó a preocupar de verdad cuando ese febrero la tarde siguió cayendo tan temprano como en diciembre. En mayo veíamos el sol caer con prisa tras una espesa capa de nubes que se confundía con la niebla. Ya para las cinco de la tarde las nubes se disipaban en negra noche. Se promulgó un comunicado oficial, a través de twitter, en el que se nos informaba que “no es de preocupación inmediata, pero está en investigación.” También, se explicó que la información estaría siendo limitada para no dar versiones sin fundamento. Mientras tanto en Cayey empezaron a tejer bufandas y en Adjuntas hicieron un live en Facebook cuando cayó lo que -dicen- era nieve. Los agricultores se presentaron ante Fortaleza con sacos llenos de viandas, dañadas por el frío, exigiendo contestaciones. Como de costumbre no les recibió nadie de importancia, solo la policía bien armada. Estos estaban acompañando a algunos empleados del departamento de agricultura quienes estaban intercambiando los frutos dañados por semillas y arbustos que sobrevivieran mejor estas temperaturas. Cuando se presionó pidiendo información el gas pimienta calentó lo suficiente como para que todo el mundo volviera a su casa. Finalmente, el gobernador tomó cartas en el asunto.
Un subsecretario de asuntos irrelevantes llevó personalmente a varias estaciones radiales un comunicado. “Este es el tiempo de ser fuertes, la resiliencia nos ayudará a vencer a la madre naturaleza y con este lograremos un mejor Puerto Rico.” Aunque esas palabras provocaron miedo unió a la gente decepcionada. Algunos grupos retomaron edificios abandonados creando huertos cerrados para sus comunidades. Y llegó el invierno terrible. No tengo idea de como la gente sobrevivió en los caseríos sin calefacción. De hecho, no todos lo hicieron. Los que tenían mayor suerte se iban lo más al norte posible e incluso algunos lograron asegurar calentadores portátiles. En todo momento se nos recordaba, “la resiliencia hará de nuestro país uno mejor en el mañana”. Poco a poco la yerba se tornó amarillenta, el frío nos fue amilanando hasta nos cubrió el marasmo de la rutina. Como si la costumbre nos estaba volviendo a amaestrar bajo el constante sonsonete de “estamos bien, estamos investigando”. Constantemente, cual mantra para no investigar más allá. Hasta el miércoles pasado cuando recibimos la última nota sobre el tema.
“Nuestros presidentes de cámara y senado han sufrido problemas respiratorios debido a posible casos de hipotérmia. Desde ahora y hasta que el asunto climático sea resuelto nuestro líder y su familia serán llevados a un lugar seguro desde donde continuarán velando por nuestro bienestar.” Entonces supimos, el fin estaba a la vuelta de la esquina.
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